domingo, 6 de abril de 2014

the one that got away

Decía mi abuela que cuando una mujer se sintiera triste lo mejor que podía hacer era trenzarse el cabello; de esta manera el dolor quedaría atrapado entre los cabellos y no podría llegar hasta el resto del cuerpo.
Había que tener cuidado de que la tristeza no se metiera en los ojos pues los haría llover, tampoco era bueno dejarla entrar en nuestros labios pues los obligaría a decir cosas que no eran ciertas, que no se meta entre tus manos -me decía-, porque puedes tostar de más el café o dejar cruda la masa; y es que a la tristeza le gusta el sabor amargo.
Cuando te sientas triste niña, trenzate el cabello; atrapa el dolor en la madeja y déjalo escapar cuando el viento del norte pegue con fuerza.
Nuestro cabello es una red capaz de atraparlo todo, es fuerte como las raíces del ahuehuete y suave como la espuma del atole.
Que no te agarre desprevenida la melancolía mi niña, aún si tienes el corazón roto o los huesos fríos por alguna ausencia.
No la dejes meterse en ti con tu cabello suelto, porque fluirá en cascada por los canales que la luna ha trenzado entre tu cuerpo.
Trenza tu tristeza, decía, siempre trenza tu tristeza, y mañana despertarás con el canto del gorrión y la encontraras pálida y desvanecida entre el telar de tu cabello.