Me despejé los mechones rubios que se aventuraban por recubrir mi rostro para
observar con mayor claridad lo que se desplegaba ante mí. Era una mañana fría y las nubes cabalgaban por el cielo, directas hacia aquí; pero
aún así, me desprendí de mi cazadora de cuero. Allí, no había nadie más
que "esto"; ni más vegetación que un solitario ciprés. Pero, en ese solitario entorno en el que las nubes parecían advertirnos de que
iban a descargar una fuerte tormenta sobre "esto", era donde más
acompañada me sentía. Tenemos nombres distintos bajo los que cobijamos
distintos anonimatos, cuando todos nos llamamos: soledad. Tus brazos
alrededor de mí era el mejor abrigo que había tenido nunca. Empezamos a
fumar al mismo tiempo que empezó a llover, pero ni la lluvia apagó el drum mal hecho.
Ninguna realidad nos afecta porque no pertenecemos a
ninguna de ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario